When: 20-27 July 2022
Where: Buenos Aires, Argentina
Institution: Vamos a Andar- Barrio Mugica
Participants: 12
Facilitators: Julieta Alani, Pia Patruno
Sessions: four
“Facilitamos la posibilidad de compartir lo que pensamos, lo que sentimos y lo que nos provoca la lectura de un texto junto a otros. Descubrimos que con una invitación adecuada puede surgir la oportunidad de crear algo original e inesperado. Motivamos a que niños y adultos trabajen y colaboren entre sí de manera horizontal.”
Este taller se realizó en el marco de las vacaciones de invierno por lo cual programamos una
de 4 encuentros de 1.30hs de duración a lo largo de una semana. Nuevamente nos encontramos con un
Pre-Textos de edades muy diversas. En esta oportunidad participaron familias, grupos de niños, participantes del taller anterior y una abuela con su nieta. Fue maravilloso presenciar los avances que hicieron aquellas participantes que ya habían hecho el taller, Gladys y Rosana. Ambas se mostraron colaborativas para animar al grupo a trabajar, para facilitar actividades y desplegar las pautas del
protocolo.
When: 23 April to 14 May 2022
Where: Buenos Aires, Argentina
Institution: Vamos a Andar- Barrio Mugica
Participants: neighbors of all ages (14 participantes incluyendo a las dos facilitadoras)
Facilitators: Julieta Alani, and Antü Cifuentes
Text: La Casa de Azúcar by Silvina Ocampo
Sessions: four
Esta primera experiencia de Pre-Textos en el Barrio Mugica (Villa 31) constó de 4 sesiones de 1 hora de taller + media hora de merienda, que se desarrollaron en el centro cultural Vamos a Andar.
Después de mucho tiempo de no poder facilitar cuerpo a cuerpo, finalmente regresamos a este nuevo lugar con la propuesta de conocer un texto, crear contenido cultural, creativo y epistémico, tanto para nosotras como para quienes participaron por primera vez.
El texto elegido en esta ocasión fue “La Casa de Azúcar”, de la autora argentina Silvina Ocampo. Este cuento viene siendo trabajado por distintos grupos de facilitadoras en diferentes espacios de la Ciudad de Buenos Aires. Nos interesaba traerlo también aquí para luego poder comparar qué efectos genera un mismo disparador en los distintos grupos y facilitadoras.
Respecto de las sesiones en Barrio Mugica, fue novedosa la calidad del grupo que se formó. A diferencia de otras experiencias en las que las edades de los participantes eran equitativas, a este taller vinieron personas de entre ocho y setenta años, algunos de ellos eran familiares entre sí, otros no. Seis de los quince miembros constantes del grupo conformaban una familia completa: Quelina, Santa Cruz y sus cuatro hijas e hijos menores. Esta variable le dio un toque particular al grupo.
El primer encuentro se vió acompañado de cierto caos generado por la llegada de las personas en distintos horarios (algunos más temprano, lo cual no nos dió tiempo a preparar toda la puesta en intimidad y la de la impuntualidad de otros que nos llevó a frenar, en ciertos casos, o continuar y explicar la consigna que se estaba desarrollando por lo bajo, en otros casos). Observamos que al ser la primera vez que traíamos esta propuesta al barrio, se acercaron muchos curiosos que luego descontinuaron su asistencia. En ese primer encuentro fuimos alrededor de veintidós personas; para el cuarto encuentro fuimos unas doce personas, el cual era nuestro número de participantes objetivo, teniendo en cuenta las dimensiones del espacio con el que contábamos. La vergüenza y la reticencia a tomar la palabra fue otro de los signos que marcó este primer encuentro. Nos vimos forzadas a arengar constantemente al grupo a que participaran, como por ejemplo, en el ”¿Qué hicimos?” luego del Rompehielos. Si bien entendemos que “no hay que tenerle miedo al silencio”, también nos urgía el tiempo disponible para llegar a hacer las actividades principales y poder completar el esquema de planificación. La pregunta por cuánto y hasta qué punto intervenir en este tipo de situaciones fue una inquietud que nos acompañó tras finalizar este encuentro. Nuestro bálsamo tranquilizador para esto fue “confiemos en el protocolo”.
Fue muy interesante ir viendo como esta vergüenza se iba desgranando encuentro a encuentro, a tal punto que aquellas voces, al principio casi inaudibles, fueron tomando color, fuerza y tono hasta llegar a ser oídas por toda la ronda sin tener que ser arengadas por el grupo. En el cuarto encuentro, mientras compartimos unas palabras de cierre, Quelina contó: “mi hija me dijo en casa -Mamá al principio yo tenía vergüenza, ahora ya no tengo-”. Esto también se vió reflejado en el uso de tapabocas en lxs niñxs. No pedimos esto como requisito de participación, sin embargo los hijos e hijas de Quelina y Santa Cruz asistieron las tres primeras sesiones con sus tapabocas, inamovibles de sus rostros, aún siendo que sus padres nunca los usaron. Sorpresivamente el último encuentro los 4 hijos vinieron sin su tapaboca.
A lo largo de las cuatro sesiones logramos introducir ciertos ejes claves del protocolo, tales como el “¿Qué hicimos?” tras cada una de las actividades principales, el empujoncito a nuestros vecinos para ayudarlos a participar, el sostener la mirada a todo el grupo y no solo a las facilitadoras, las señas de silencio y redondeo. A esta última se le agregó una tercera seña, propuesta por una de las niñas más pequeñas del grupo: la seña de pedir ayuda. Fue muy interesante como al transcurrir las sesiones los participantes se apropiaron de estas pautas, siendo ellos quienes las ejecutaban ya para el final de los encuentros. En la cuarta sesión, Gladys, una mujer de 70 años y de las participantes más activas del grupo (y más charlatana), comenzó a hablar por demás en su turno de compartir sobre una de las ramas que había seleccionado en el día. Al extenderse por demás en su discurso alguien le hizo la seña de redondeo a lo cual ella se tapó la boca y con sorpresa acabó rápidamente lo que estaba diciendo. Lejos de tomarlo mal, ese gesto fue bien recibido. Más tarde en el ¿Qué hicimos?, nuevamente Gladys se estaba extendiendo por demás en su turno de compartir y sin que nadie hiciera una seña ella misma se tapó la boca con un gesto gracioso y cedió la palabra a otra persona.
Entre los participantes reconocimos a dos mujeres, Sandra y Roxana, que mostraron interés y compromiso con la propuesta desde el primer momento. Ellas fueron las facilitadoras voluntarias para la actividad principal del cuarto encuentro, la cual ejecutaron con mucho talento. A tal punto que nos preguntaron sobre cómo habíamos llegado nosotras a poder facilitar estos talleres. Les contamos sobre el seminario de facilitadores y que ellas podían tomarlo si quisieran. Nos quedamos con la impresión de que ellas serían excelentes candidatas para formarse y darle continuidad a PreTextos en su comunidad tal como lo hacen otras integrantes de este mismo equipo de Pre-Textos Argentina.
Intentamos construir saberes a partir de nuestras experiencias como facilitadoras. Apuntamos a una práctica reflexiva: Nos observamos, nos hicimos preguntas. Confiamos en el protocolo y nos dejamos llevar y sorprender. Cada intervención nuestra en el grupo ha sido resultado de una reflexión, de un objetivo. Nos complementamos y aprendimos de la otra. La pasamos hermoso.